En marcado contraste, Las
Señoritas de Avinyó, pintado en 1907, representa una ruptura sísmica con
las tradiciones representativas occidentales y, en particular, con la noción
del modelo ideal. Picasso fragmenta y distorsiona los cuerpos femeninos,
influenciado por las esculturas ibéricas y las máscaras africanas. La
perspectiva es múltiple, los rostros son angulosos y las formas geométricas
dominan la composición.
Aquí, la necesidad de
representarse ya no se centra en la búsqueda de una belleza idealizada o una
representación mimética de la realidad. En cambio, Picasso explora una representación
subjetiva y emocionalmente cargada. La obra refleja una nueva forma de ver
el mundo, influenciada por los cambios sociales, científicos y culturales de
principios del siglo XX. La necesidad de representarse se convierte en una
exploración de nuevas formas de percepción, de la complejidad de la experiencia
humana y de la liberación de las convenciones estéticas tradicionales.
La yuxtaposición de estas dos
obras maestras subraya varios puntos clave:
- La evolución del canon de belleza: Lo que se
considera "bello" o digno de representación cambia drásticamente
a lo largo del tiempo y entre culturas. El ideal clásico del Doríforo
cede paso a una exploración más visceral y subjetiva en la modernidad.
- El cambio en el propósito de la representación:
Mientras que el Doríforo buscaba encarnar un ideal universal, Las
Señoritas de Avinyó se adentra en la experimentación formal y la
expresión individual del artista. La necesidad de representar se desplaza
de la mímesis a la interpretación y la innovación.
- La influencia de otras culturas: La obra de
Picasso revela una apertura a las formas artísticas no occidentales, lo
que enriquece y desafía las concepciones tradicionales de la
representación del cuerpo humano.
- La subjetividad del artista: Las
Señoritas de Avinyó es una declaración audaz de la visión personal del
artista, marcando un punto de inflexión hacia un arte más centrado en la
experiencia y la perspectiva individual.
En resumen, mientras que el Doríforo
nos habla de una necesidad de representarnos a través de la lente de la
perfección idealizada y la armonía, Las Señoritas de Avinyó nos
confronta con una necesidad de representarnos que abraza la fragmentación, la
subjetividad y la ruptura con las convenciones. Ambas obras, en su contexto,
son poderosas manifestaciones de la perenne necesidad humana de dar forma y
significado a nuestra propia imagen.
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